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Sanando heridas, sembrando futuro

El aula máxima de la Facultad de Ciencias Naturales, Exactas y de la Educación de la Universidad del Cauca parecía, el pasado 15 de mayo, más bien un territorio de resistencia tejida con palabras. Desde las siete y media de la mañana, empezaron a llegar los cuerpos. Algunos cargaban cicatrices. Otros, memorias. Todos, una certeza: que la educación puede más que la guerra.

La profesora Paloma Muñoz, con la firmeza de quien entiende el valor de la palabra sembrada, fue anfitriona de un encuentro que se alejó de los salones fríos de la academia para convertirse en fogón colectivo. Se celebraba el Día del Maestro y la Maestra, sí, pero se celebraba sobre todo la posibilidad de seguir enseñando en un país donde la muerte también da cátedra.

El evento —convocado por el Observatorio Educativo y Pedagógico del Cauca— no fue un simposio más. Fue un espacio para preguntarse con coraje: ¿cómo acontece la educación en territorios donde los niños y las niñas han sido empujados al conflicto, al silencio, al olvido?

Desde la primera plenaria, se habló claro. La lideresa social Martha Elena Giraldo, del Movimiento Nacional de Madres y Mujeres por la Paz, no trajo discursos escritos. Trajo historias. Habló del reclutamiento forzado —ese secuestro lento de la niñez— y del coraje de 50 mujeres que, desde distintos pueblos y geografías, han formado una Guardia Intercultural Humanitaria para salvar la vida. Mujeres indígenas, afrodescendientes, campesinas, feministas y buscadoras, unidas por el mismo dolor, pero también por la misma esperanza: que ningún niño más cargue un fusil en vez de un cuaderno.

Por su parte, Fernando Hurtado Daza, educador popular y director de la Casa de Educación Popular La Caracola, compartió una experiencia que no cabe en cifras: la de acompañar a niños y niñas de las comunas más empobrecidas de Popayán con herramientas que a veces el Estado olvida —el teatro, la lectura, la escritura, el cine—. Con ellas, dice, se pueden abrir ventanas cuando la vida parece sólo tener muros.

“No queremos que nuestros niños sueñen con ser sicarios , actored armados o reinas, queremos que sueñen con ser libres, libres de esta maldita guerra , libres de esta sociedad de consumo ”, dijo uno de los asistentes, en medio de la plenaria de la tarde. Y el auditorio enmudeció. No por indiferencia, sino porque esa frase golpeaba el pecho como un eco de todo lo que allí se estaba compartiendo.

La jornada cerró con arte, porque el arte también es territorio de paz. La Licenciatura en Educación Artística mostró lo que puede una canción, un trazo, una danza, cuando se trata de reparar lo que la violencia ha querido arrancar.

Y entre palabra y palabra, quedó claro lo esencial: que la educación popular no es una metodología, sino un acto radical de ternura y rebeldía. Que enseñar en medio del dolor es, también, una forma de resistir. Y que mientras haya una maestra, un maestro, una comunidad dispuesta a enseñar desde el amor, este país tiene futuro.

Desde Popayán, entre la lluvia de mayo y la dignidad intacta, una voz colectiva dijo lo que no suele salir en los noticieros:

Sí, a través de la educación popular podemos construir paz.

Gracias, profesora Paloma. Gracias, Unicauca. Gracias a quienes no se rinden. Aquí seguimos, contando lo que importa.

Por Prensa Justicia & Dignidad