Este sábado, Estados Unidos volvió a sentir el latido colectivo de una multitud que se niega a callar. Más de mil manifestaciones bajo el lema “Hands off” llenaron las calles de costa a costa, desde Nueva York hasta Los Ángeles. No fue solo una protesta. Fue un grito compartido por quienes se niegan a ver cómo sus derechos, sus trabajos y sus cuerpos son usados como moneda de cambio de una política que pone al mercado por encima de la vida.
En Nueva York, las calles se llenaron de kufiyas, pancartas artesanales y tambores. En cada ciudad, se respiraba una mezcla de rabia y dignidad. Las organizaciones sindicales, los colectivos por Palestina, los educadores, las mujeres migrantes, los jóvenes racializados, salieron con una claridad: no van a permitir que Trump les arranque lo que tanto les ha costado conseguir.
Y es que esta nueva ola de movilización no es espontánea. Llega después de una semana cargada de decisiones presidenciales que agudizan la desigualdad. El 2 de abril, Trump impuso nuevos aranceles del 10 % a casi todas las importaciones extranjeras, con medidas más severas para países específicos: 34 % para China, 24 % para Japón y 20 % para la Unión Europea. El resultado fue inmediato: un desplome bursátil que evaporó 6,6 mil millones de dólares en apenas dos días. Pero más allá de los números, el golpe lo sintió la clase trabajadora.
En las marchas, el nombre de Elon Musk apareció más de una vez. Su colaboración con el programa DOGE y su cercanía con Trump lo convirtieron en símbolo de la connivencia entre poder económico y autoritarismo. Pero también hubo ausencias notorias en las consignas: pocos carteles pedían la liberación de Mahmoud Khalil o el fin de la masacre en Gaza. Un silencio que duele, porque muestra cómo las luchas aún no logran unificarse del todo.
A pesar de ello, hay algo claro: hay rabia, hay organización y hay memoria. Quienes marcharon lo saben: la última vez que se enfrentaron al trumpismo, muchos terminaron desmovilizados por los cantos de sirena del Partido Demócrata. Hoy no quieren repetir la historia. No basta con votar. Quieren organizarse, cuidarse entre sí, tomar la palabra, defender la calle.
El desafío es grande, pero la chispa está encendida. Desde los centros de trabajo, las escuelas, los barrios migrantes, los sindicatos: hay una fuerza que crece desde abajo. Una fuerza que no solo dice “no” a Trump, sino que empieza a imaginar otros futuros posibles, lejos del miedo, lejos de la represión.Porque si algo gritaron fuerte este sábado fue: Hands off our rights. Hands off our lives.
Por: Prensa Justicia y Dignidad