En febrero de 1948, el silencio fue un clamor de los que nunca tienen voz. La Séptima se llenó de pasos lentos, de campesinos bajados de las montañas, de obreros, de mujeres con los niños al hombro, de estudiantes con el cuaderno bajo el brazo. Todos vestidos de negro, enlutados por adelantado. No gritaban. No había pancartas, ni banderas, ni discursos. Solo el rumor de los pies sobre el asfalto. Era el pueblo entero diciéndole al Estado que los estaban matando, que les estaban robando la vida. Jorge Eliécer Gaitán los había convocado a ese silencio cargado de rabia contenida. Sabían que lo que venía era peor. Dos meses después, a Gaitán lo mataron. Y detrás del disparo vino el Bogotazo, la violencia que aún no hemos terminado de enterrar.
Setenta y siete años después, otro grupo bajó por la misma Séptima. Ya no vestían de negro, ni traían los rostros curtidos por el sol y la miseria. Esta vez el uniforme era otro: camisetas blancas, esas mismas que desde el estallido social de 2021 usaron los paramilitares urbanos y la autodenominada “gente de bien” para enfrentar a los jóvenes que pedían educación, salud y dignidad en las calles. No era un silencio de duelo, era un desfile de rabia contra el gobierno. Gritaban “Fuera Petro” mientras desfilaban las banderas planchadas, los escoltas en los bordes, los celulares grabando, los políticos de la derecha moviendo sus redes.
Pero esta vez el cinismo escaló un peldaño más. No solo transformaron la marcha en acto electoral; también atacaron a los periodistas de RTVC que intentaban cubrir los hechos. Los golpearon, los empujaron, los llamaron vendidos. En medio de la turba también expulsaron a Claudia López, quien intentó sumarse al recorrido. La sacaron con la misma violencia con la que antes la aplaudieron, cuando aún les era útil. Y como si la provocación no tuviera límites, ondearon con orgullo las banderas de Israel, mientras el mundo entero contempla el genocidio del pueblo palestino a manos del gobierno de Netanyahu. Así, en nombre de la “paz” y el “silencio”, marcharon del lado del ocupante.
En redes sociales, la rancia dirigencia conservadora dejó al descubierto la verdadera naturaleza de la jornada. María Fernanda Cabal no solo trinó contra el gobierno, llamando a Petro dictador y fracasado, sino que fue más allá: en un video público invitó a la Reserva Activa de las Fuerzas Militares a estar lista, insinuando la posibilidad de un golpe de Estado disfrazado de “restauración institucional”. Paloma Valencia agitaba el fantasma del comunismo, llamando a defender la democracia del “autoritarismo populista” de Petro; y Polo Polo, sin matices, pedía a gritos “salvar la patria” de la amenaza de la izquierda.q
La marcha, que se vendió como un acto de paz, fue en realidad un mitin de campaña electoral montado sobre el viejo miedo de los privilegiados. No hubo duelo, hubo marketing. No hubo silencio, hubo ruido de campaña. No hubo pueblo, hubo élite.
En Colombia hasta el silencio tiene dueño, y el duelo tiene estratos. El primero fue del pueblo que sangraba; el segundo, de los que no toleran perder el poder. Y así seguimos, repitiendo el mismo camino por la Séptima, pero cada vez más lejos de la justicia.
Por Sofía López — Abogada y periodista de la Corporación Justicia y Dignidad