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11 de mayo: No hay Día de la Madre que festejar

El 11 de mayo amaneció como todos los días de madre: con rosas en las esquinas, promociones de almuerzos en los restaurantes y abrazos en los noticieros. Pero para Sandra, Mónica, doña Zoraida y doña Blanca, no hay nada que celebrar. Para ellas, el Día de la Madre no llega. Se quedó perdido, como sus hijos, en algún recodo de esta guerra que nunca termina.

Sandra aún guarda la camisa de Daniel con olor a campo. Él se fue de Santander a Caldono en el 2023. “Para ayudarle a mi mamá”, decía. Allá consiguió trabajo en una trilladora de café, pero también lo alcanzó la guerra. Fue reclutado forzosamente, y desde entonces nadie lo ha vuelto a ver. Sandra ha ido a veredas, fiscalías, consejos de derechos humanos. Solo encuentra puertas cerradas, y a veces —en el mejor de los casos— una mirada de lástima.

Mónica, en cambio, vive con la duda clavada en el pecho. A Laura, su negra linda, se la llevaron con engaños en el Naya. Dicen que no quiso unirse a la guerra y que por eso la mataron. No hay cuerpo. No hay tumba. Solo rumores. Solo ese dolor agudo de la incertidumbre, esa herida que no deja cicatriz porque sigue abierta.

Doña Zoraida ya casi no puede caminar, pero cuando pudo hacerlo, dejaba su trabajo como recicladora y subía cerros, cruzaba cordilleras en Nariño, enfrentaba a los señores de la guerra cada vez que alguien le decía que habían visto a una mujer parecida a Dianita. Fue en 2006 cuando el ELN se la llevó. Le contaron que podría estar en una vereda llamada Damasco. Fue, preguntó, volvió. Y nada. El tiempo se le ha ido esperando, y el país se ha ido olvidando.

Doña Blanca ya es abuela. Tiene el cabello blanco y la voz quebrada, pero aún conserva la fuerza para gritar el nombre de su hijo: Heiner Andrés. Lo desapareció el bloque paramilitar Libertadores del Sur que opera en Nariño. Desde entonces, no ha parado de buscar. Nadie le responde. Nadie le explica. Solo sabe que a su hijo se lo tragó la guerra.

Son las madres que buscan. Las que caminan con los pies rotos y el corazón en carne viva. Las que no tienen ni abrazo, ni tumba, ni verdad. A ellas no las mencionan en los discursos oficiales ni les llegan las flores del supermercado. Se enfrentan a una sociedad indiferente y a un Estado que repite, una y otra vez, que está haciendo lo posible.

Pero ellas saben que no es cierto.

Este 11 de mayo, para ellas no hay regalo ni festejo. Solo la memoria viva de los hijos arrebatados por la guerra, el eco de los nombres que nadie quiere pronunciar y la certeza amarga de que, mientras no estén todos los hijos, no habrá ningún Día de la Madre.

Porque mientras haya una madre buscando a su hijo, este país no puede celebrar nada.

Por: Sofía López Mera, abogada y periodista de la Corporación Justicia y Dignidad y del Movimiento Nacional de Madres y Mujeres por la Paz .