Luis Aurelio Araujo Hernández no era solo el coordinador general de Camawari, el Cabildo Mayor Awá de Ricaurte. Era la palabra firme de su pueblo, el bastón que guiaba caminos, el cuidador de la montaña y de la memoria. Este martes 3 de junio de 2025, lo asesinaron junto a sus escoltas Jesús Alveiro Chaves Quejuan y Yackson Orlando Solarte Chunata.
Ocurrió en el resguardo de Cuaiquer Viejo, zona rural de Ricaurte, Nariño. Sujetos fuertemente armados interceptaron la camioneta en la que se movilizaban, dispararon sin clemencia y luego prendieron fuego al vehículo con los tres cuerpos adentro. Así, entre llamas, quisieron borrar sus huellas.
Pero no se borra así el legado de un pueblo. No se extingue con fuego el derecho a la vida, ni el eco de un territorio que lleva décadas clamando justicia. La muerte de Luis Aurelio no es un hecho aislado: es parte de una cadena de masacres que sigue apretando el cuello del suroccidente colombiano. Es la violencia sistemática contra quienes defienden la tierra, el agua, la vida y el derecho a existir sin miedo.
¿Cuántos más deben morir para que el país se digne a mirar hacia Nariño?
¿Cuántas veces más tendrá que arder una camioneta para que el Estado escuche el llanto de los pueblos indígenas?
La guerra debe parar.
El suroccidente no aguanta más.
Hoy los Awá entierran a un líder.
¿Colombia enterrará también su conciencia?
Por un país que escuche, antes de que no quede nadie para hablar.
Por Prensa Justicia & Dignidad