A Eduardo Umaña Mendoza lo mataron a plena luz del día, un 18 de abril en Bogotá. Eran los años en que la muerte salía sin capucha y con libreta en mano. Tenía 55 años, pero cargaba más historia que muchos viejos de antaño. Lo mataron por tozudo, por no dejarse sobornar, por no aprender a callarse. Lo mataron por hacer lo que hacen los hombres que deciden no arrodillarse.
Eduardo era abogado, sí. Pero era, sobre todo, un defensor. Y no de causas abstractas, sino de personas concretas: obreros, campesinos, sindicalistas, desaparecidos. Su voz era como su firma: punzante, clara, incómoda. Nacido en una casa donde la justicia era un valor cotidiano y no un discurso de tarima, creció mirando de frente la desigualdad. Y en vez de volverse ciego, se volvió obstinado.
Se metía donde nadie quería meterse. Fue él quien gritó, desde los pasillos de los juzgados y los micrófonos que se atrevían a escucharlo, que en la toma del Palacio de Justicia no todo había sido heroísmo. Que las desapariciones forzadas eran crimen, no daño colateral. Fue también quien se paró frente a Ecopetrol y al Ejército para denunciar los montajes contra la Unión Sindical Obrera. En un país donde señalar al poder es firmar la sentencia, él no dudó. Abrió incluso el expediente polvoriento del asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, y señaló lo que pocos se atreven a nombrar: que detrás del crimen había Estado, había CIA, había historia oculta.
Por todo eso, lo mataron. Pero también por eso su memoria es peligrosa. A 27 años de su asesinato, su nombre todavía retumba en las gargantas de quienes no olvidan. Por eso su muerte fue declarada crimen de lesa humanidad. Y por eso, en el año 2021, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) admitió el caso: porque Umaña no murió solo, murió por todos los que incomodan al poder.
Y es precisamente esa memoria la que hoy nos lanza una advertencia: lo que ocurrió durante el estallido social de 2021 no fue un exceso, fue represión sistemática. Umaña lo habría dicho sin titubeos: fueron crímenes de lesa humanidad. Iván Duque, Diego Molano y Eduardo Zapateiro no respondieron con diálogo, sino con fuego. Su objetivo fue claro: aniquilar a la juventud que se atrevió a alzar la voz.
Pero esa juventud, con su coraje y su resistencia, fue la que pavimentó el camino para que Gustavo Petro llegara a la presidencia. Sin los cuerpos caídos, sin los judicializados, sin los desaparecidos del paro, no habría hoy un gobierno que se llama a sí mismo progresista. Por eso, el olvido no es una opción. Porque el silencio ante esta deuda es traición.
En este país donde la impunidad camina impune, donde el progresismo se olvida de las víctimas que lo pusieron donde está, recordarlo es una forma de exigir. ¿Dónde está la Comisión de Esclarecimiento sobre el Paro Nacional? ¿Dónde están las respuestas para los 90 jóvenes asesinados, para los más de 300 víctimas de montajes judiciales, para los 50 condenados que hoy están privados de libertad, para los desaparecidos que aún no tienen nombre en la prensa?
Hoy lo conmemoramos no con flores, sino con memoria activa. Traemos un podcast con las últimas entrevistas concedidas por Eduardo Umaña Mendoza, para que su voz siga haciendo lo que siempre hizo: incomodar, movilizar, exigir justicia.
A 27 años, no pedimos homenajes: exigimos verdad. Exigimos justicia.
Exigimos Comisión de Esclarecimiento YA !!.
Prensa Justicia y Dignidad